LA PARROQUIA DE SANTA CRUZ EN SEMANA SANTA

martes, 7 de noviembre de 2017

¿QUIÉN FUE SANTA ÁNGELA DE LA CRUZ?


María de los Ángeles Guerrero González (Sevilla, 30 de enero de 1846 - 2 de marzo de 1932), religiosa católica fundadora de la congregación 'Instituto de las Hermanas de la Cruz' dedicada a ayudar a los pobres y a los enfermos.

Infancia y juventud.
Nació en la Plaza de Santa Lucía número 5 de Sevilla, siendo bautizada tres días después en la iglesia del mismo nombre, con el nombre de María de los Ángeles Martina de la Santísima Trinidad. Su familia era muy modesta; su padre, Francisco Guerrero de profesión cardador de lana, nació en Grazalema y había emigrado a Sevilla; su madre, Josefa González, era sevillana, hija de padres nacidos en Arahal y Zafra. Tuvo catorce hermanos, aunque solamente seis alcanzaron la edad adulta.

Su padre trabajó durante un tiempo al servicio del convento de los frailes de la Trinidad,  y falleció cuando Ángela era pequeña; su madre también trabajó al servicio de los frailes como lavandera y costurera y murió ya anciana. Ángela recibió una instrucción escolar escasa, como era habitual por aquel entonces entre las niñas pertenecientes a su clase social; a los 12 años entró a trabajar en un taller de fabricación de calzado para contribuir a la economía familiar, allí permaneció hasta los 29 años de forma casi ininterrumpida. Angelita fue siempre bajita, vivaz y expresiva. A los ocho años hizo su primera comunión. A los nueve fue confirmada.

Vocación.
Sus deseos de vivir sólo para Dios y para el servicio, en una consagración total de su persona en la vida religiosa aumentaban. A los 16 entró en contacto con el padre José Torres Padilla, un sacerdote nacido en Canarias y afincado en Sevilla con fama de santidad (le llamaban "el santero" por el tipo de personas que con él se confesaban y dirigían) el cual tendría una influencia decisiva en su vocación religiosa. El padre Torres se convirtió en su confesor y director espiritual.

A los 19 años solicitó la entrada como lega en un convento de Carmelitas Descalzas y no fue admitida; cuatro años después lo intentó otra vez e ingresó en la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en la que permaneció algún tiempo, primero en el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, y más adelante en Cuenca y Valencia, sin embargo unos vómitos continuos que no cesaban la obligaron a abandonar por motivos de salud. 

El 1 de noviembre de 1871 Angelita prometió en un acto privado, a los pies de Cristo en la Cruz, vivir conforme a los consejos evangélicos.

En 1873 tendrá la visión fundamental que le definirá su carisma en la Iglesia: subir a la Cruz, frente a Jesús, del modo más semejante posible a una criatura para ofrecerse víctima por la salvación de sus hermanos los pobres. Bajo la guía y mano firme de su director espiritual, irá recibiendo de Dios los caracteres específicos del Instituto que Dios deseaba por su medio inaugurar en la Iglesia: la 'Compañía de la Cruz'.

Fundación de la Compañía de la Cruz.
Ella siguió trabajando en el taller como "zapaterita", a la vez que, por encargo de su padre espiritual, dedicaba su tiempo libre a recoger las luces que Dios le daba sobre su vocación y futuro Instituto, hasta que recibió la orden de dejar el taller y dedicar todo su tiempo a la fundación. Padilla le motivó para que escribiera sus “papeles de conciencia”, donde Ángela expresó sus vivencias y ansias religiosas desde 1874 en adelante. El 17 de enero de 1875 con muy pocos recursos comenzó a tomar forma su proyecto; encontró a tres compañeras, una de ellas llamada Josefa de la Peña que gozaba de una buena situación económica, por el contrario las otras dos, Juana María Castro y Juana Magadán.

Con el dinero de Josefa Peña alquilaron su «convento» que era solamente un cuarto en la casa número 13 de la calle San Luis en Sevilla, y organizaron un servicio de asistencia a los necesitados a lo largo del día y de la noche


Posteriormente se trasladaron al número 8 de la calle Hombre de Piedra también en Sevilla y sus compañeras comenzaron a llamarla 'Madre'. Allí se unieron otras muchachas atraídas por la fama que en tan escaso tiempo habían adquirido las fundadoras, entregadas en cuerpo y alma al ejercicio de la caridad en los más necesitados.

En 1876 se declaró una epidemia de viruela en Sevilla, ello hace que las Hermanas de la Cruz intensifiquen sus esfuerzos de ayuda a pobres y enfermos, causando su labor gran admiración en todos los estamentos de la ciudad. En este mismo año, 'Madre' consiguió la admisión y bendición de su obra por el entonces arzobispo de la diócesis, el Cardenal Spínola.

El modo de trabajo de la congregación consistía en acudir por parejas a casa de los enfermos que las necesitaban. Una atendía al paciente sentada a su lado, la segunda realizaba las actividades del hogar. Su obra se extendió rápidamente, creando numerosos conventos localizados principalmente en Andalucía occidental y el sur de Extremadura, centrando siempre su actividad en la asistencia material y espiritual a pobres, enfermos, necesitados y niños huérfanos o sin hogar.

En 1894 viajó a Roma, donde se entrevistó con el Papa León XIII el cual concedió el decreto inicial para la aprobación de la compañía, que firmó el Papa Pío X en 1904.

Fallecimiento.
A los 85 años de edad, en junio de 1931, se presentaron los primeros síntomas de su última enfermedad. Tuvo una embolia cerebral gravísima. En julio perdió el habla y, después de nueve meses clavada en la cruz, la muerte le sorprendió con las manos llenas de amor, pero vacías de entregar a los demás su vida hecha dulzura. A las tres menos veinte de la madrugada del día 2 de marzo de 1932, desde su tarima alzó el busto, levantó los brazos hacia el cielo, abrió los ojos, esbozó una dulce sonrisa, suspiró tres veces y se apagó para siempre, cayendo recostada sobre su tarima. Su espíritu ya estaba desde hace tiempo en las manos del señor. Sus hijas espirituales han transmitido como testamento sus últimas palabras que habían sido:

"No ser, no querer ser;
pisotear el yo,
enterrarlo si posible fuera..."

Personas de todas las clases sociales rindieron homenaje, y por privilegio del Gobierno de la Segunda República Española, fue sepultada en la cripta de la Casa Madre en Sevilla.

Dos días después el Ayuntamiento republicano de la ciudad de Sevilla, presidido por el alcalde don José González y Fernández de la Bandera, decidió por unanimidad que constase en acta el sentimiento de la Corporación por la muerte de la religiosa y decidió se rotulase con su nombre la entonces llamada calle Alcázares, donde estaba y continúa hoy día el convento.

Canonización.
El Papa Juan Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1982. Y el 20 de diciembre de 2002, la Iglesia reconoció oficialmente su santidad, al aprobar el milagro que le había sido atribuido: la curación, científicamente inexplicada, de un niño que sufría una obstrucción de la arteria central de la retina del ojo derecho y recuperó repentinamente la visión. Fue canonizada por Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003 en la madrileña Plaza de Colón, con el nombre de 'Santa Ángela de la Cruz'.

El 8 de mayo de 2003, el cuerpo incorrupto de la Santa es trasladado desde la Casa Madre hasta la Catedral de Sevilla, donde presidió los actos en su honor, por la canonización. Una gran multitud se concentró a su paso, adornándose los templos y calles del recorrido para la ocasión.

Tras la ceremonia fue trasladado de nuevo a la Casa Madre donde permanece expuesto de forma permanente a la veneración de los numerosos fieles que cada día piden su intercesión.

Actualidad.
La Compañía de la Cruz tiene más de cincuenta conventos, 700 hermanas y varias decenas de novicias que realizan el noviciado en Sevilla. Los países donde continúan su obra son España, Argentina e Italia. En España, en las comunidades autónomas de Andalucía, Extremadura, Canarias, Madrid, Comunidad Valenciana, Castilla y León, Castilla-La Mancha y Galicia.

La fidelidad de las hermanas de la Cruz al espíritu de Madre hace que su carisma siga vivo. Quienes las contemplan se interrogan, quienes experimentan sus acciones quedan agradecidos para siempre, quienes titubean en su itinerario descafeinado por los valores del espíritu ven en su radical vivencia del mensaje evangélico una esperanza para un nuevo tipo de humanidad.