El Señor, la noche en que iba a ser entregado, instituyó la
Eucaristía y así perpetuó el sacrificio de su cuerpo y su sangre por los siglos
hasta su venida y confió a la Iglesia el memorial de su muerte y resurrección.
Todos los domingos, los cristianos somos llamados a escuchar
la Palabra y compartir la Mesa, recordando la Pascua del Señor; no por precepto
ni por estar mandado, sino como signo distintivo de nuestro ser cristiano.
La Eucaristía es la fuente y culmen de la vida cristiana. En
ella debemos participar activa, plena y conscientemente y con alegría por ser
un encuentro con Jesús resucitado y un encuentro con la comunidad, con nuestros
hermanos. Es una acción de gracias a Dios por los muchos bienes que de Él recibimos
y donde pedirle que nos transforme, con la gracia de Dios recibida, en hombres
nuevos que, a su vez, transformen este mundo para que impere la justicia y el
amor.
Nuestra fe debe llevarnos a la Eucaristía para celebrarla y
para que la Palabra nos interpele y nos haga sentir como un sólo cuerpo con
Cristo a la cabeza.
Jesús nos dijo: “Donde están dos o tres reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos· (Mt. 18, 20).
En la Eucaristía, Cristo se hace presente en la comunidad
reunida, en el que preside la celebración, en el altar y, sobre todo, en las
especies eucarísticas, pan y vino consagrados.
En la Eucaristía celebramos un acontecimiento de una
importancia excepcional que es el Misterio Pascual de Jesús. En la Pascua Judía
se celebra conmemorando el éxodo del pueblo judío en la historia, el paso del
pueblo de Israel desde Egipto en la Tierra prometida; de la esclavitud a la
libertad; del sufrimiento al gozo; de la muerte a la vida. El significado de “Pascua”
es, por tanto, el paso de una situación a otra.
La Pascua de Jesús que celebramos en la Eucaristía es el
paso por este mundo; paso de la muerte a la vida, su Pasión, Muerte y
Resurrección.
Cuando asistimos a la Eucaristía es el momento en que Dios
pasa para llevarnos también a nosotros de la muerte a la vida. Para esta
resurrección hace falta una situación de muerte, que se produce cuando nos
reconocemos que estamos en pecado, que somos débiles y miserables y que necesitamos de la misericordia de Dios.
Todo aquel que se sienta miserable y pecador y que necesita la ayuda de Dios,
es el que necesita asistir a la Eucaristía para que Dios se lleve de la muerte
a la vida. La Eucaristía es para los que se sienten pecadores y necesitados de
perdón y no para los que se sienten justos y que no necesitan de esta gracia de
Dios.
El Señor y los hermanos en la fe te esperan en la Eucaristía
Dominical.
Pintura: Raúl Berzosa
D. Antonio Machuca