LA PARROQUIA DE SANTA CRUZ EN EL TIEMPO DE PASCUA

sábado, 15 de agosto de 2020

REFLEXIONES SOBRE EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN

El 15 de agosto la Iglesia celebra que Cristo se llevó al Cielo a su Madre. En palabras del Papa Francisco: “La realidad estupenda de la Asunción de María manifiesta y confirma la unidad de la persona humana y nos recuerda que estamos llamados a servir y glorificar a Dios con todo nuestro ser, alma y cuerpo”.

Desde 1849 empezaron a llegar a la Santa Sede diversas peticiones para que la Asunción de la Virgen fuera declarada dogma de fe. Fue el Papa Pío XII que, el 1 de noviembre de 1950, publica la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus que proclama el dogma con estas palabras:

“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar
la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente,
que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo,
Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte;
para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría
de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo,
de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra,
pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente
revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María,
terminado el curso de su vida terrena fue asunta
en cuerpo y alma a la gloria celestial”.


Un dogma es una verdad de fe absoluta, definitiva, infalible, irrevocable e incuestionable revelada por Dios a través de la Biblia o la Sagrada Tradición. Luego de ser proclamado no se puede derogar o negar, ni por el Papa ni por decisión conciliar.

La importancia que tiene para todos nosotros la Asunción de la Virgen se da en la relación que ésta tiene entre la Resurrección de Jesucristo y nuestra resurrección. El que María se halle en cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo, es la anticipación de nuestra propia resurrección, dado que ella es un ser humano como nosotros.

María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima.

Todos somos sus hijos; Ella es Madre de la humanidad entera. Y ahora, la humanidad conmemora su inefable Asunción: María sube a los cielos, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo. Más que Ella, sólo Dios.

La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de una esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal.

Hoy, en unión con toda la Iglesia, celebramos el triunfo de la Madre, Hija y Esposa de Dios. Nos sentimos alegres porque María, después de acompañar a Jesús desde Belén hasta la Cruz, está junto a Él en cuerpo y alma, disfrutando de la gloria por toda la eternidad.